miércoles, diciembre 28, 2005


- No me dan ningún diploma- dijo el niño a su madre con una mirada infinitamente triste.
Era el último día para él en esa escuela, en ese acto de más de dos horas donde durante minuto y medio interpretó “Estrellita” en su metalófono, en su función de maestro de la fila que debía guiar a los demás. No lo incluyeron para el número del circo, ni la obra de teatro, el coro y a la hora de los diplomas la tristeza ya empezaba a arrastrarlo en la cómoda butaca de esa sala.
La mamá lo miró y recordó la cara de su propio padre, siempre orgulloso en los actos de fin de año por salir a recibir los principales diplomas de reconocimiento por los méritos de esa niña. La imagen de la niña retraída, de cabello largo y lentes prematuros le dolió en el estómago, mientras veía en el escenario ya no a los otros niños, si no a ella misma con los trajes antiguos que ocupó en las numerosas obras de teatro que siempre protagonizó, y el nerviosismo en cada presentación donde le transpiraban las manos sobre el piano.
Eso será ser madre, se preguntó, rescatar fragmentos de tu vida a través de la vida del niño, y volvió a verlo en sus frágiles ocho años, pensando quizás qué cosas en torno a lo que a esa edad podía ser el éxito.
- No importa hijo, tú eres talentoso, pasaste con buena nota de curso y lo más especial para mí- le dijo- lo importante ahora es despedirte de todos aquellos a los que quieres.
La madre miraba alrededor, y pensaba en las otras madres, siempre dispuestas a hacer un disfraz, a pasar a buscar y dejar a sus hijos, a hacer de su condición de madres el único proyecto de su vida y pensó que tal vez a su hijo le gustaría una de esas, no como ella que andaba corriendo, a última hora con los útiles y pedidos del día siguiente y que a veces no se enteraba de más de algo importante para su hijo. O que a veces tenía que elegir entre su reunión de apoderados y la terapia del otro hijo.
Salieron de la sala cuando todo había terminado y a ellos esto le olía a fin, aunque la mayoría estaba en otra frecuencia, con gritos y corridas hacia diversos lados, en una fiesta que a ambos les parecía ajena. Un par de despedidas y afuera, por fin. La noche estaba fresca, las luces nostálgicas y la realidad volvía lentamente a parecer como siempre. Lo llamó el profesor de música para despedirse y decirle que tenía mucho talento, que además lo había postulado al mejor, ese que daban una beca, pero lo habían vetado porque él se iba.
La madre le agradeció el gesto, y le dijo que después de todo, los diplomas no eran lo más importante.
- ¿Quieres comer?- le preguntó.
- No sé.
- ¿Quieres que nos vayamos a casa?
- No sé.
Con estas respuestas, la madre tomó un colectivo y lo llevó a un restaurante, donde el niño comió su primer barros luco y escuchó a la madre hablarle de cómo se pasó gran parte de su vida evitando parecer una nerd porque tenía buen rendimiento académico, y de lo importante que era hablar cuando había un tristeza en el corazón, especialmente si era tan pequeño como él de él.
- Pero mamá, es que no me sentía así desde que salí del jardín.
- Sí, se llama tristeza y ocurre cuando dejamos algo.


3 comentarios:

burtonbk dijo...

muy bueno amiga

Mistral dijo...

En mi tiempo daban medallas, unas de oro (ni idea si eran verdaderas o no), otras de plata (tampoco lo sé) y la del tercer lugar, de bronce. Nunca pude entender que quería significar tanta diferencia entre niños… para qué. La educación no es una competencia, es un desafío personal que nada tiene que ver con trofeos, me bastaba el beso de mi madre y el guiño de su ojo para entender que era el mejor a sus ojos.
Eso lo aprendí porque había comunicación entre nosotros y por lo preguntón. No podía entender la frustración de algunos, que en ese tiempo lo veía como un enojo de mis compañeros por no haber obtenido la “presa”.
Nada importa más que lo que te diga quienes te aman. Y la verdad es que obtuve una medalla, pero debo haberla dejado en algún banco de la sala del colegio. A mí y mis padres poco nos importó el protocolo, porque el orgullo siempre estuvo ahí. Cada etapa sirvió para crecer, al terminar, los trofeos se perdían, pero las vivencias quedaban. Hoy puedo mirar hacía atrás y decir que todavía puedo verme tocando xilófono sentado con la cabeza agachada y los ojos puestos en la vara que golpeaba las teclas metálicas. Y puedo decirte que lo recuerdo con nostalgia. Y son los momentos, no el trofeo lo que me hace sonreír.

Saludos y muchas felicidades para este nuevo año… y siempre.
FAAA

Veronica ContrerasNuñez dijo...

Creo que el momento compartido con tu hijo, el primer barros luco ( que nunca olvidara)estos primeros encontrones con la realidad, que esta enfrentando no solo sino junto a ti , son parte de la vida, los premios y reconocimientos solo accesorios.
el explicar y compartir con tu hijo su sentimiento de tristeza, es mas importante que hacer un disfraz o no asistir a una reunion. Créelo de verdad.