martes, diciembre 27, 2005

Cuento de Navidad


Por Manuel Castells

“¡Qué barbaridad!”, dijo para sí, apartando el diario como para alejar el hedor que exhalaba el titular de “La Vanguardia”: “Indigente quemada viva en un cajero barcelonés”. Dejó unas monedas en el mostrador de la cafetería y salió a la calle llenando sus pulmones con el aire fresco de la mañana. Era un bello día de invierno, con las ramas de los árboles dibujando sus siluetas desnudas en el azul de un cielo impecable. Caminó paseo abajo distraído entre sentimientos y pensamientos. Se le acercó una mendiga, una de tantas que vinieron del deshielo comunista. La rechazó con gesto maquinal. “Mafias rumanas”, pensó. Pero esto de quemar a los pobres de la calle es realmente una vergüenza. Y dicen que son chicos normales, de familias normales, de un barrio bien como Sarriá. Debían de estar borrachos. O sea, normales, porque así están muchos de nuestros jóvenes cada fin de semana. Los míos no, murmura tranquilizado. Pero ¡quemarla! Claro que el problema es que haya gente sin techo. Y haya tantos locos sueltos. Y tanto pobre. En Cataluña y en el mundo. Así pasa lo que pasa.
Tendríamos que hacer algo. Alguien tendría que hacer algo. ¿Por qué no yo? ¿Por qué no ahora? De repente, sintió un efluvio bondadoso, mezcla de imágenes de infancia, páginas emotivas e imágenes de fin de película con los rayos divinos filtrándose en un cielo de esperanza al son de la música hollywoodiana. Precisamente esta mañana, cerca de su corazón, latía una tarjeta de crédito bien provista. Acababa de cobrar la paga extra y un amplio horizonte de euros le abría un sinfín de posibilidades. Podía hacer un donativo. No moneda a moneda a mendigos sospechosos o a pedigüeños indocumentados, sino a alguna causa noble, a algo que realmente pudiera contribuir a mejorar el mundo en esta Navidad.
¿No es ésa la esencia de la Navidad? Compartir con los demás, fundirnos en una alegría de la que nadie quede excluido. Vale, de acuerdo, también hay consumismo y juerga, pero en el fondo la Navidad es familia, es bondad, es pensar en los demás y todas esas cosas de las que en algún momento nos hablaron y que olvidamos cada día del año hasta llegar a estas fechas. Pensó en ser bueno con la gente, empezando por su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo. Sí, así lo haría (dentro de lo posible, porque con algunos no hay manera). Pero eso es para más tarde, para el día siguiente o el mes siguiente. ¿Qué hacer ahora, en este momento? ¿A quién le entrego mi donativo, el pago de mi billete de ida hacia la bondad?
Repasó mentalmente la lista de ONG que conocía mediante la televisión y la prensa. La verdad es que no identificaba muy bien lo que hacía cada una, pero sí sabía que se ocupaban de ayudar al Tercer Mundo, a los pobres de aquí, a la infancia desvalida, a las mujeres apaleadas, a la naturaleza en peligro, a los torturados del mundo y a los animales e indígenas en vías de extinción. Su cartera latía con fuerza al pensar cada una de estas nobles causas. Pero ¿a quién se lo doy? Y ¿qué hará el mensajero con mi dinero? Quisiera ayudar a África, pero mi ayuda se la embolsarán los burócratas corruptos de los gobiernos dictatoriales por los que circula la ayuda internacional. Y yo no conozco a nadie que esté realmente en el terreno. Cierto que hay Un Sol Món y otras asociaciones en Cataluña que se ofrecen como vía directa. Pero ¿cómo sé yo que es así? Además, recuerda su pasado de progre y piensa que lo que estos países necesitan es una revolución o al menos un verdadero cambio político, o sea, que su donativo en realidad serviría para poner parches a la miseria perpetuando así el capitalismo explotador fuente de todos los males. También podría enviar mi ayuda a un movimiento revolucionario que cambiara las cosas. Pero ¿a cuál? ¿Y si luego acaba todo como en Cuba, con gays en la cárcel y la gente haciéndose balsera?
Tal vez sería mejor ayudar cerca de casa, a alguna familia donde haya un niño que se cuente entre 11% de niños pobres que hay en Cataluña. Cuidado. Muchos de ellos son inmigrantes y si lo ponemos fácil vendrá más gente y al final perderemos nuestra identidad. Y, además, lo que tendrían que hacer sus padres es enviarlos a la escuela, allí se ocuparían de que no pasasen hambre. Tal vez no lo hacen porque son ilegales. Pues que los devuelvan a su país y ya los ayudaremos allí. Sí que es cierto que tenemos mucha pobreza aquí, pobreza de buena gente que no ha tenido suerte en la vida. Dicen que Cáritas se ocupa. Pero eso es una burocracia eclesiástica. Y son los obispos los que financian la Cope con nuestro dinero, para que vilipendie a los catalanes. Bueno, tal vez la Comunidad de San Egidio. Un amigo me contó que ayudan de verdad a pacificar países en África y a socorrer a los indigentes aquí, antes de que los quemen. Sí, pero también dependen del Papa y estaban vinculados a Juan Pablo II, que fue un reaccionario y crítico del derecho de las mujeres y de los hombres a decidir qué hacer con su propio cuerpo. ¿Cómo sé que mi dinero no acaba financiando una evangelización en la que ya no creo?
Me gustaría ser bueno, particularmente hoy, para sacarme el horror de dentro y para fundirme en el espíritu navideño. Pero ¿cómo lo hago? Se detuvo. Titubeó. Pasó la mano por sus menguantes cabellos, como para escurrir una lluvia virtual de pensamientos encontrados. Suspiró. Y con paso resignado entró en El Corte Inglés.

PD: Apareció en La Vanguardia y en Chile en La Nación. Lo transcribo pensando en que agunos más conozcan la veta de narrador de este importante pensador contemporáneo.

3 comentarios:

burtonbk dijo...

Buen cuento
salu2

Barbaroja dijo...

Waaaaa... que agrado leer eso, Jessica. Gracias por el dato. Está muy bueno.

Saludos,

Roberto dijo...

precioso
robert