martes, febrero 28, 2006

Me enteré por el diario


(Cuento)

El Viejo Abogado despertó producto de la sed. No tenía su habitual vaso de limonada en el velador, que sólo él preparaba, tal vez se había ido a la cama demasiado ebrio para hacer ese esfuerzo. Dormía cada tarde en su cama de dos plazas, en esa vieja casa que su madre había construido con adobe y estuco y que él intentaba rehacer en cemento, pero que nunca avanzaba porque mejor la cocina allá o un galpón para arrendar, para luego arrepentirse y comenzar de nuevo en algún otro lado.
El Viejo Abogado tenía el alma más cansada que el cuerpo. A nadie se lo reconocería y tampoco nadie lo imaginaría ya que a pesar de su prominente barriga se le veía caminando erguido, sin que los signos de la edad se delataran en sus pasos, en su amabilidad diaria con conocidos y desconocidos que rápidamente se transformaba en furia, gritos e insultos cuando algo lo frustraba o lo alteraba. Y era bastante fácil hacerlo.
Se le veía cada mañana salir relativamente temprano y al medio día volver con bolsas, su infaltable ladrillo de vino tetrabrink y su amigo de la infancia, para cocinar y almorzar. Hace rato que todo lo que quedaba de su familia se había esfumado, tal vez producto de ese carácter y esa afición al vino que él no recordaba o que utilizaba a diario como la mejor amnesia, para seguir aguantando la vida que había construido. Su amigo salía a media tarde de esa casa, con la cara de un rojo oscuro, la mirada perdida y pasos vacilantes.
En medio de esa rutina algo trabajaba, lo que caía. Personas dispuestas a escuchar sus sermones, incluso retos, los que no se horrorizaban porque no tuviera una oficina, secretaria, ni que la única forma de ubicarlo fuera su casa. Mirar su escritorio era horrorizarse por el desorden, una vieja máquina de escribir ubicada sobre una mesa en la misma pieza donde estaba el comedor y un bufete, separados sólo de la siguiente pieza por una cortina. El antiguo comedor tal vez era el único vestigio de que alguna vez fue un abogado rentable, con un nombre conocido, quién imaginaría que había sido juez, con esa mesa señorial y un bufete parte del juego que desentonaban absolutamente con la vivienda, ubicada en un sector populoso y hasta calificado como peligroso.
Pero el Viejo Abogado no estaba para esas sutilezas. Se conformaba con tener un buen corazón y atender a varios que habrían terminado en la Corporación de Asistencia Judicial si no hubiera sido por él. Claro que muchos igual acababan en la corporación, después de una pelea o cuando descubrían que él había olvidado uno de esos tantos trámites que los juicios implicaban. Pero a veces ganaba, y los clientes le llevaban cajones de tomates o sandías como para llenar una pieza. Ahora tenía dos cajas de uva y había preparado chicha, porque siempre se mantenía activo, regando plantas, carpinteando o con cualquier cosa que pudiera agregar algo a su casa.
Ahora tenía un caso difícil. Se trataba de una mujer golpeada por el bruto de su marido, con hijos y cero idea de cómo trabajar y mantenerse sola. Ella lo había buscado, había llorado en su oficina-comedor mientras le hablaba de sus miedos, los moretones, y los dolores más profundos. El se comprometió a ayudarla, pero le advirtió que no sería fácil.
El Viejo Abogado logró que detuvieran al marido, lo soltarían luego, estaba seguro, y por lo mismo pidió medidas de protección para la mujer, que obligaran al esposo a irse lejos de la casa, no acercarse y dejarla en paz. Ahora, que estaba detenido, esperaba que los tribunales fallaran rápido porque si no, las cosas podían ir mal si la mujer tenía que enfrentar la furia del marido.
Estaba en la cocina cuando oyó los golpes en la puerta. Se acercó preguntando acerca de quién era el impaciente que tocaba así, pero nadie respondió. Y aunque era media tarde, el asunto le olió mal, así que más por instinto que lógica fue a buscar su antiguo revólver. Abrió la puerta y ahí estaba el marido furioso, con una navaja que le mostró mientras le gritaba que qué tenía con su mujer, con groserías le recalcaba que si la había llevado a la cama para querer encarcelarlo y meterse en lo que no le importa. Total él era un hombre que sabía como tratar a las mujeres para que no actuaran como putas, porque todas lo eran.
El marido furioso dio mal un paso al intentar acuchillarlo y el Viejo Abogado sacó su revólver. Gritó como siempre, le dijo que mejor se fuera de su casa y dejara en paz también a la pobre mujer y a sus hijos, total él no tenía miedo y esto lo sabrían en tribunales, porque él era un abogado en cambio y el otro sólo un pobre infeliz sin educación ni sentimientos. Pensó en disparar y arreglar así las cosas, después de todo el tipo lo había amenazado con un cuchillo que todavía tenía en su mano, podría argumentar defensa propia y tal vez así esa mujer quedara por fin tranquila.
Pero se vio a sí mismo en una comisaría, luego en la cárcel y en un tribunal argumentando la defensa propia y pensó que no le gustaba el rol de acusado, prefería la defensa o ser el acusador. Así que lo echó y cerró la puerta.
Un teléfono, que falta le hacía un teléfono. Se arregló y miró hacia fuera. Tenía miedo, estaba alterado y sus manos temblaban. Así que esperó unos minutos, y con el revólver en el bolsillo salió a la calle. No había nadie. Tampoco en la casa de la vecina que siempre le prestaba el teléfono. Por supuesto que no tenía celular y ninguna intención de adquirir uno de esos aparatos impertinentes que ponían nervioso a cualquiera.
El Viejo Abogado caminó más de cinco cuadras hasta que encontró un teléfono, llamó a carabineros y se identificó, contándoles lo que había sucedido y su preocupación por la mujer, les pidió que fueran urgentemente a verla, porque el marido furioso seguramente se desquitaría con ella.
Se fue inquieto de vuelta a su casa. Mejor cerró la puerta con tranca y resintió en su estómago el golpe de darse cuenta de lo fácil que era entrar a su casa por el patio. Así que cerró las puertas que daban al patio con cerrojo y sillas, y se preparó a pasar una mala noche.
De madrugada comenzó un escrito relatando los hechos, que a la hora de inicio de atención de los tribunales ya tenía listo. No encontró ni una sola moneda que lo llevara hasta allá, así que pasó a la casa de su amigo de infancia a pedirle algo de dinero y sobre todo compañía. El amigo lo esperó afuera mientras el Viejo Abogado hablaba con la jueza a cargo del caso, quien con su mejor sonrisa le prometió que actuarían con diligencia para decretar nuevas medidas y traer nuevamente al marido furioso a tribunales, que le darían un escarmiento a ese hombre.
Pero cuando llegaron al centro y en el kiosco de la plaza vio los titulares sangrientos de los diarios locales tuvo el mal presentimiento que ya era demasiado tarde. Al abrir las páginas y leer la noticia, vio confirmadas sus sospechas. El tipo estaba detenido, claro, Carabineros había llegado a sólo minutos que él la acuchillara tan ferozmente que nada pudo hacerse para salvarla.
En la noticia, consignaban la cantidad de cuchilladas que le habían perforado los pulmones, los pechos, la carótida, y lo narraban como un crimen pasional ya que la mujer quería dejarlo y hasta había iniciado acciones legales para expulsarlo del hogar. Argumentaban que el marido furioso decía que era una cualquiera, que estaba seguro que había otro.
El Viejo Abogado se sentó en la plaza y se arrepintió de no haberle disparado, y le dijo a su amigo “compadre, por estas cosas es que odio mi profesión, uno piensa que puede ayudar y al final probar lo obvio puede ser tan difícil que no sirve de nada”.
El amigo se quedó pensando y le dijo que él había echo lo que podía y más, y lo invitó mejor a comprar las cosas para el almuerzo. Esa tarde tomarían el mejor vino.

2 comentarios:

burtonbk dijo...

Sólo conocía la idea de este texto y me ha gustado mucho y creo que es, de una u otra forma, una reconciliación con quien lo inspira.
Mientras leía el cuento veía en imágenes a Víctor y a Zurita e inevitablemente me acordé cuando peleaba con la tele y el diario. Un viejo curioso, jodido, pero entrañable
un abrazo

Support IT dijo...

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