jueves, junio 29, 2006

Tras los pasos de José Miguel

A todos los que se expusieron, sin importarles los costos.
Eran tiempos difíciles y todos los sabíamos. El año decisivo, en que a punta de protestas y movilizaciones la dictadura debería caer. José Miguel era uno de los nuestros, él se decía mirista, algo raro entre tanta fauna partidista, yo sospechaba que era un destacado miembro de la dirección de este movimiento revolucionario a pesar de su corta edad, ya que no pertenecía a la Juventud Rebelde Miguel Enríquez como habría correspondido, como los otros locos que andaban por ahí rayando las paredes de Macul o del pedagógico.
Era como todos: flaco, pelo largo, morral, chalecos de lana e imposible de distinguir su origen social. La moda de la izquierda en ese tiempo tenía esa ventaja, de hacernos parecer a todos iguales disimulando nuestra pobreza, y había que hacer esfuerzo para distinguir que una de las compañeras era artesa con Hush Pupies y blue jeans Levis. Para los que andábamos pendientes de las cosas verdaderamente importantes, como derrocar a la dictadura. Quedaba poco tiempo para nosotros, para estudiar y sacar la carrera, algo tan burgués en un año tan importante, y menos aún para divertirnos y desarrollar esas vidas personales. Tampoco para darnos cuenta de quién tenía más recursos. Claro, igual nos enamorábamos, salíamos y carreteábamos en las peñas y después de todo la adrenalina nos motivaba en las protestas, podíamos sentirnos que éramos parte de algo y eso pesaba para bien. Así lo demostrábamos en cada una de las asambleas universitarias donde discutíamos –previas instrucciones de nuestras direcciones partidarias- lo que vendría.
El pedagógico tenía la misión de dar la señal. Si la idea era que las protestas fueran grandes e intensas, el peda tenía que hacer una gran protesta unos tres días antes. Eso estábamos discutiendo en la asamblea cuando el futuro comenzó a ennegrecerse para José Miguel. No sé cómo se dio cuenta, tal vez eran demasiado robustos, pero él llamó a unos cuantos, entre esos a mí, y detuvo la reunión diciendo que habían infiltrados. Los encaró mientras los otros los inmovilizábamos. No eran más de diez en una reunión con más de cien universitarios.
Ellos dijeron ser de la Chile, que los habían enviado para ponerse de acuerdo.
- Entonces tú dimes de qué partido político eres – les dijo José Miguel.
- Soy del partido Socialista Miguel Enríquez.- respondió uno de los infiltrados, que parecía ser el líder.
Con más seguridad ante la confusión del infiltrado que no sabía con exactitud que ninguno de los numerosos partidos socialistas se llamaba así, fueron revisados. Uno de ellos portaba una tim de escuela de paracaídismo. Dos de ellos lograron arrancar hacia la rectoría y no fue posible sacarlos de ahí, territorio enemigo, pero los otros tres fueron llevados por nuestros compañeros en un taxi hacia la comisión de derechos humanos. El taxista fue muy valiente, uno de esos anónimos que cooperó con la causa, logró evadir al volvo de la CNI que lo persiguió durante cuadras.
Los infiltrados fueron fotografiados y dejados en libertad en la comisión de derechos humanos. No volvimos a saber de ellos.
Días más tarde estábamos en la protesta más grande que hasta entonces habíamos desarrollado. Era julio. Los secundarios hacían de las suyas, llegando al pedagógico, mientras que el cordón Macul estaba en su auge, los de Ciencias de la Chile y los del IPS estaban defendiendo su territorio, mientras nosotros también hacíamos lo propio. Una molotov quemó al militar a cargo de la disuasión, y entonces militares y carabineros tomaron la decisión de entrar con tanquetas al pedagógico.
Estábamos adentro, ya todos corrían y algunos buscaban refugio. La dirección de la toma estaba en un estanque de agua y había dado la orden de dispersarse y buscar refugio. A los secundarios los escondieron en el ciclotrón, junto con la dirección. Algunos universitarios comenzaron a salir por el portón, hasta que un carabinero cerró la puerta y gritó “están todos arrestados”.
El cepillo, que como siempre vendía cigarros a diez pesos, sólo atinó a gritar “cigarros a $20”. Me reí en medio de la desgracia que veía venir. Nada más que hacer, así que procedimos lentamente a entrar al bus de carabineros. Para nuestra sorpresa no nos pegaron, nada de lumas ni de otras brutalidades tan acostumbradas.
Llegamos a la comisaría del sector, la 18. Éramos casi 300. Nos tenían a todos en fila cuando se paró un furgón de donde comenzaron a salir encapuchados. Pensé que eran más detenidos, jóvenes, algunos chascones, como nosotros, pero me di cuenta de mi error cuando comenzaron a pasear con total libertad circulando frente a nuestra fila, mirándonos con sus ojos llenos de ira. Buscaban amedrentarnos y por supuesto reconocer a alguno que seguramente ya tenían identificado. No sé por qué no lo asocié inmediatamente con el incidente de los infiltrados.
Pero José Miguel pensaba más rápido. Estaba al lado mío y nos dijo que miráramos con atención al que venía porque le iba a quitar la capucha. Pensamos que estaba bromeando, después de todo quién podría hacer algo así en las circunstancias en que nos encontrábamos. Pero era verdad, me dije al ver la cara de uno de los infiltrados tras el rápido movimiento que José Miguel hizo dejando su rostro totalmente descubierto. El CNI se urgió y tres de los que estaban más cerca se tiraron sobre él. José Miguel resistió, a golpes y forcejeos se lo llevaron. No me sentí bien, como tampoco los demás cuando ya no estaba, sin haber hecho nada por defenderlo.
Estábamos detenidos, teníamos miedo, y carabineros nos vigilaban con sus pistolas. Hacer algo habría sido simplemente suicida. No nos importaba tanto la vida, nos exponíamos sabiendo los costos posibles, pero algo muy distinto era transformarnos en carne de cañón.
El comisario se enteró de la ausencia de José Miguel y ordenó a los encapuchados que se fueran de su comisaría. José Miguel volvió moreteado, pero satisfecho. Al verlo sentí orgullo, y me sentí raramente desvalido, con un tanto de temor recorriéndome el cuerpo.
A los dos días la mayoría estaba fuera. Los 31 que quedábamos fuimos trasladados a la comisaría 19, la de providencia, donde el trato fue mejor. Escuchábamos a la Manola Robles en la Radio Cooperativa, y los pacos también, a pesar del río mapocho que se había desbordado y que estábamos sin agua, incomunicados y en un calabozo estrecho y maloliente. Sólo por la Manola Robles nos esterábamos de nuestra situación. En uno de sus despachos dijo que 31 estudiantes universitarios detenidos habían pasado a la fiscalía militar. Eso significaba cargos graves por terrorismo. Nos contamos. Ahí nos dimos cuenta que éramos 31 y que nuestra situación era grave. Pensé en mi madre, en mi padre, en lo que dirían porque su hijito estaba detenido, incomunicado y quizás qué vendría después.
Nos llamaron a un examen médico. La lista incluía a trece, el presidente de mi carrera, varios de los dirigentes más connotados y por supuesto José Miguel. A mí también me llamaron al último, iba llegando al carro cuando un paco me preguntó que qué hacía allí y le dije que me habían llamado para el examen. “Anda al calabozo no más cabrito, ese carro ya está muy lleno” me dijo y volví a la celda sin hacer preguntas, sin pensar en nada.
Los compañeros no volvieron. Pasaron los días y no regresaban, mientras comenzaron señales alentadoras como dejarnos tener visitas. Recibí a mi madre enojada, llorosa y prometiéndome que me volvería a mi ciudad si salía de ésta, aunque no fuera nunca un profesional. Me dio mucha pena, pero no me detuve en eso, porque los hechos eran demasiado rápidos, todo incierto y difuso. Lo único claro es que teníamos una causa, una misión, un objetivo que llevar a cabo. Los sentimentalismos estaban de más.
Activistas de derechos humanos se preocuparon que tuviéramos mucha comida, frutas, galletas, bebidas y cigarros que los pacos dejaban pasar, mientras afuera hacían vigilias día y noche para que ninguno de nosotros volviera a desaparecer.
Casi una semana después nos soltaron, con cargos en la fiscalía militar, un proceso que no sabíamos a donde nos conduciría. Nuestros compañeros nunca volvieron a la comisaría, pero días después los soltaron. Supe por el presidente de mi carrera que los habían llevado al cuartel Borgoño de la CNI, los torturaron e hicieron lo posible porque “cantaran” de todo. José Miguel fue el más maltratado, con corriente, golpes, y vejaciones que lo hacían verse años más viejo, con sus ojos ahora desencajados. Los compañeros dijeron que no habló.
José Miguel denunció que lo había retenido un grupo en las afueras de la universidad, en una asamblea. Su discurso fue como siempre claro, ilustrado, sólido. Luego en el casino contó que lo habían sacado de la pensión en la noche y lo habían devuelto en la mañana tras los golpes y la corriente. Poco a poco comenzó sólo a hablar de los CNI que lo perseguían, de los chequeos que se hacía para darse cuenta que estaba siempre con “cola”, un tipo afeitado que andaba tras sus pasos.
Mi madre cumplió a los pocos días su amenaza y dejándome sin el escuálido financiamiento que tanto le costaba a mi familia, me obligó a volver al norte. Lloré mis sueños de ser profesional y pensé que ya no habría otra oportunidad mientras comenzaba a hacerme a la idea de buscar un trabajo. Volví a Santiago unos meses más tarde, después del atentado, y descubrí que algo se había apagado entre mis compañeros. Varios ya no estaban, algunos presionados por sus familias, otros asustados por la represión.
José Miguel vagaba, había dejado la carrera, incapaz de concentrarse en algo, de volver a ser el alumno brillante que discutía con los profesores. Ahora hablaba de los tipos que lo perseguían, de las constantes retenciones, su discurso ya no era claro y no convencía nadie después que un siquiatra lo había declarado loco.
Yo también pensé que era cierto, pero años más tarde dudé de la siquiatría cuando descubrí a uno de los infiltrados en mi ciudad, siguiéndome. En vez de tratar de evadirlo lo enfrenté, con el miedo transformado en rabia que me envalentonó para gritarle que qué quería. El se rió, sacó un cigarro de su chaqueta y me aconsejó que no me olvidara de José Miguel, el loco, porque ya se había encargado de uno, pero todavía le quedaban más en su lista. Y yo era uno de ellos. Intenté golpearlo, pero él me derribó y me mostró su pistola sobre mi sien. Nos veremos, me dijo y se fue.
Nunca más volví a verlo.
Pd: Por más que he intentado, no he logrado subir la imagen.

martes, junio 20, 2006

Pequeñas cosas


A veces las pequeñas cosas nos hacen felices. O lo que logramos sentir como un mundo, aunque sea diminuton para otros. Eso pensé después de ver esta fotografía que tomé un tiempo atrás.

jueves, junio 15, 2006

Los cuatro tipos de bloggers que sobrevivirán



Según Pau Hayes, Managing Director de Times Newspaper, los grandes medios online están mejor situados para proveer la mejor y más confiable información, al contrario que los blogs. No obstante, el británico opina también que estos macromedios online terminarán por hacerse con los servicios de lo que él denomina “top bloggers”.
Estas figuras del blog “serán las únicas que consigan sobrevivir a medio plazo” siempre según sus predicciones, que vaticinan que estos supervivientes de la blogosfera serán:
Los de marca: escritores conocidos o celebridades que atraen por el prestigio de su nombre
Los agregadores inteligentes: saben aconsejar a sus lectores respecto a la utilidad de los sitios de los que hablan.
Los bien relacionados: periodistas, políticos o especialistas en determinadas materias que dotan valor a lo que dicen por la relevancia de sus contactos
Los brillantes: aquellos que llaman la atención por la calidad de sus escritos o por la originalidad de su contenido

Esta nota viene de I Congreso Internacional de Nuevo Periodismo

¿Sobrevivirá mi blog? ¿Qué blogs creen ustedes que perdurarán?

martes, junio 13, 2006

Gulliver y Jaime Lorca en Copiapó

A Jaime Lorca, Copiapó es una ciudad que le dice algo. Y es que a comienzos de los 90, cuando pertenecía a La Troppa, estrenó "Lobo" en esta capital regional, en el Gimnasio Techado del Liceo Sagrado Corazón, como parte del programa de teatro itinerante del gobierno de la época. Recuerda que fue un estreno "nervioso", pero por sobre todo agradece los cambios en la infraestructura cultural de la ciudad, refiriéndose a la Sala de Cámara.
Lorca volvió la noche del viernes a Copiapó, en gira nacional con "Gulliver", su primer trabajo en solitario después de revolucionar el teatro chileno con "Gemelos", "Pinocchio" y "Lobo", en una propuesta caracterizada por la inclusión de múltiples elementos e ingeniosos efectos.
"Gulliver" está basada en la novela de Swift, donde aparece un gigante atrapado por pequeños enanos en una metáfora que para Lorca es totalmente contingente. "Esta obra habla de la libertad, es una metáfora enorme, muy amplia. Este gigante en cualquier momento podría soltarse, Gulliver podría liberarse, de un manotazo podría terminar con sus problemas, pero no lo hace ¿por qué? Pareciera que porque tomar la libertad es muy peligroso, se enfrenta un abismo cuando uno es dueño de uno mismo, ahí hay un tema que es muy profundo" reflexiona este artista.
Para Lorca, "Gulliver" es también "una gran sátira política contingente, a la forma de hacer política. 300 años no son nada en política ni en la evolución humana". El montaje actual evoluciona hacia la utilización de marionetas y ha cultivado los aplausos del público y de la crítica, desde que el 23 de marzo la estrenara con un total de 40 presentaciones en Santiago.
Luego de esta gira nacional producida por el Centro Cultural Matucana 100, en septiembre comienza sus presentaciones en 40 ciudades de Francia y 4 de Bélgica, en un viaje que durará hasta abril del próximo año. Una itinerancia que será posible gracias a una coproducción chileno-francesa.
La presentación de "Gulliver", en Copiapó fue posible al esfuerzo conjunto de la Municipalidad de Copiapó, Mineras Candelaria, Ojos del Salado y la Universidad de Atacama, con entradas gratuitas que se agotaron rápidamente.
Después de ver la obra, me quedé pensando en ese sello personal de quien ha pasado por La Troppa y se sigue preguntando por los límites de la actuación en el escenario. Nos deja además de encantados por el contenido también maravillados por un espectáculo visual, completamente cuidado en sus detalles de iluminación, sonido, y textos.
Pobre gigante, pensé, hambriento con un estómago enorme difícil de llenar para los enanos que veían en el una esperanza que él nunca entendió como su destino. Pobre gigante, que a pesar de todo aprendió a encontrar lo bueno en la relación con los otros más que en las grandes misiones, en la paz o la guerra.

lunes, junio 12, 2006

La mala pata



¿Han sentido alguna vez que era uno de esos días en que simplemente era mejor no levantarse? Eso fue precisamente lo que debí haber echo el miércoles pasado, pero esa mezcla de responsabilidad, escepticismo y el impulso de seguir con la normalidad que siempre uno lleva adentro, me llevó a levantarme y a ir a trabajar.
Algo duro, ya que llevaba varias noches de trasnoche básicamente producto de los insomnios de Eduardito, que estaba enfermo e insommne. Cuento corto, en la tarde y después de desoír las recomendaciones de casa de pedir permiso o algo así debido a mi estado calamitoso, me caí en el primer piso del edificio, en pleno cemento, dejándome un dolor en el pie que pocas veces he sentido.
Me hice la valiente y después de un buen rato para lograr afirmar el pie, subí a la oficina, realicé lo más urgente hasta que el dolor me lo impidió y terminé en la mutual de seguridad, donde el doctor dijo que no era grave, ya que no había fractura. Así que he estado en reposo, me perdí un cumpleaños el sábado al que tenía hartas ganas de ir y me he movido poco de la casa. Nada de paseos, salidas, ejercicios, etc.
Eso sí el viernes fui a trabajar y descubrí que las escaleras no son nada de amigables para quienes tienen una mala pata. También que el dolor es persistente, y te vuelves conciente de lo importante de tu cuerpo cuando te falla.
Lo bueno es que el día que estuve en cama pude leer harto, y el fin de semana he visto dos documentales, dos películas, he tomado mi vieja agenda de citas y me he dejado llevar por la inercia. Después de todo, no ha sido tan mala pata.

viernes, junio 09, 2006

Humberto Maturana:“Los jóvenes buscan darle sentido a sus vidas”

La rebelión de los pingüinos “tiene que ver con un dolor espiritual por la falta de sentido que la educación formal otorga al vivir de los jóvenes”. Eso piensa el biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana, quien agrega: “El vivir sin sentido, sin el amparo de una comunidad, es una cosa muy dolorosa. Y eso es lo que le está pasando a los estudiantes chilenos. Es por eso que salen a protestar”.
La Nación
Francisco Marín

Comenzó como un movimiento tímido. Casi parecía un berrinche. Un pataleo poseso de reivindicaciones repetidas. Pero la “revolución de los pingüinos”, como ha gozado llamándola la prensa latinoamericana, desempolvó la adolescencia. Esta vez los gritos llevaron a la LOCE al paredón. Una figura jurídica que da cuerpo a un sistema educativo que “es concebido como un negocio y donde las personas son tratadas como mercancías”, dice Humberto Maturana (75). Y eso es lo que rechazan los estudiantes “que necesitan sentirse parte de un proyecto común, y que quieren ser útiles a la comunidad a la que pertenecen”.
En entrevista con La Nación, el filósofo y biólogo, creador de textos como “El árbol del conocimiento”, -reconocido en el mundo entero- expone sus visiones acerca de los problemas que afectan a la educación chilena y que quedaron en evidencia con los recientes levantamientos estudiantiles, que han dado origen a la más importante protesta secundaria que se haya registrado en Chile en democracia. “Cuando alguien pide ser escuchado, como hacen los estudiantes, uno se pregunta: ¿Qué es lo que quieren decir y no pueden? Yo creo que este movimiento estudiantil refleja una sensación de no sentirse respetados, de no sentirse invitados a un futuro que les haga sentido en sus vidas”.
-¿Qué le parece que después de tanto tiempo en que una inmensa maquinaria simbólica ha construido estereotipos de la juventud, en los que se realza su carácter superficial e incluso antisocial, sean adolescentes quienes estén promoviendo cambios a la educación?
-Todos nosotros cuando éramos niños en algún momento hacíamos visiones respecto de nuestro futuro. Cuando chico yo iba a ser aviador, iba a ser legionario, aventurero, iba a explorar. Pero esas son todas visiones que en el fondo implican un tipo de presencia desde uno en un mundo que hace sentido. Sin embargo, en la actualidad lo que se hace es empujar a los jóvenes a un espacio mercantil, carente de sentidos. Esos sentidos antes lo proporcionaba la familia, pero también el colegio que tenía una cierta identidad. Pero eso no está en la cultura actual, salvo en los colegios públicos más tradicionales, como el Instituto Nacional, que es justamente donde han comenzado las movilizaciones.
Maturana cree que una de las grandes diferencias de la educación actual con la que él recibió cuando era estudiante, es que en ese tiempo, a pesar de las diferencias de pensamiento, todos querían lograr a través de la educación lo mismo: “Devolverle al país lo que de él habían recibido”. Siguiendo su análisis, existiría un cambio sustantivo entre esto y la situación actual en donde se promueve una visión individualista y competitiva de la educación. “Si uno le preguntase hoy a los jóvenes en el primer año de universidad qué es lo que quieren de sus estudios, yo no creo que mayoritariamente digan: ‘devolverle al país lo que me ha entregado’. ¡Porque el país no les ha entregado nada! ¡Todo lo han tenido que comprar!”.
“Entonces -concluye Maturana-, yo pienso que este movimiento estudiantil responde a la necesidad espiritual de ser parte de un proyecto común, de un proyecto nacional, que les haga sentido, en el que perciban que su actividad es significativa para la comunidad de la que forman parte. Ese proyecto estaba desapareciendo y lo que los estudiantes hacen es intentar reconstruirlo”.
-¿Y cómo cree que ha enfrentado el tema el Gobierno?
-Yo creo que la Presidenta Bachelet está un poco atrapada por su entorno que trata el problema de la educación como un tema económico, como un tema de inversión y producto. Siento que ella no ha podido abrir un espacio donde sea posible abordar lo fundamental, que es el sentido de la educación, el proyecto de país. Y lo que ahora tenemos que hacer es regresar a lo fundamental que es justamente el sentido de la educación y el proyecto de país. Tenemos que construir un proyecto donde todos se sientan partícipes de la creación de un país donde sea deseable, digno y creativo vivir.